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La Educación una «segunda generación»

por el Dr. Enrique Martínez

Director de la UVST y Secretario General de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino

La formación de la personalidad humana, de Antonio Millán-Puelles, es una obra fundamental en la investigación acerca de la Filosofía de la educación de Santo Tomás de Aquino. Con ella su autor pretendió y consiguió llenar el vacío del que se queja en su prólogo, cuando se refiere a los «escasos estudios sobre las ideas de Santo Tomás acerca de la educación».[1] Estimulado por estas palabras dediqué mi reciente tesis doctoral al tema Persona y educación en Santo Tomás. Fundamentos de la Filosofía tomista de la educación, tomando como modelo y punto de partida la magistral obra citada, tal y como puse de manifiesto en la introducción.[2]

En este escrito haré unas consideraciones en torno a uno de los aspectos más sugerentes identificados por Millán-Puelles en la Filosofía de la educación de Santo Tomás: la esencial continuidad entre procreación y educación, denominada ésta por ello por nuestro autor como una «segunda generación»:

La conducción y promoción de que se trata [la educación] vienen concebidas como una cierta prolongación del engendrar, a la manera de un complemento de éste, que, sin embargo, no es todavía un enriquecimiento o perfección definitivos de la prole. Aunque a ello se enderece (de la misma manera que la generación se ordena al ser), guarda más parentesco con la formalidad del engendrar que con lo que en éste se produce. En tal sentido, la educación es como una segunda generación.[3]

En el «análisis semántico del término educación»,[4] Millán-Puelles nos descubre numerosos textos del Aquinate en donde se sitúa la educatio como prolongación de la generatio; por ejemplo:

Al referirse a la prole no sólo ha de tomarse en cuenta su procreación, sino también su educación [educatio], a la que se ordena como a su fin toda comunicación de obras entre el hombre y la mujer, en cuanto que son matrimonio.[5]

¿Qué significa esta educatio? Santo Tomás usa esta expresión para nombrar ora la crianza de la prole (nutritio), ora su educación (instructio), ora ambas cosas:

En máxima medida es preciso en la especie humana el varón para la educación [educationem] de los hijos, la cual requiere que se la provea no sólo por el alimento del cuerpo [corporis nutrimentum], sino principalmente para el sustento del alma [nutrimentum animae].[6]

Que educatio pueda significar al mismo tiempo la alimentación del cuerpo y la instrucción del alma no implica que lo haga del mismo modo. No nos encontramos ante un término unívoco, sino análogo; y como todo término análogo, hay algo en lo que convienen sus significaciones. En este caso la clave la hallamos en la idea de alimentar. En la última cita, Santo Tomás nos decía que la educación de los hijos exigía no sólo alimentar el cuerpo, sino también el alma. Educar es, pues, una cierta acción nutritiva. Y no son pocos los lugares en los que hace uso de este sentido aplicándolo exclusivamente a la instrucción del alma, como en éste, en el que explica la importancia de que el padrino nutra o instruya en la fe a su ahijado en aquellos lugares en que los padres no son cristianos:

El que saca a alguien de la fuente sagrada asume el oficio de pedagogo, y se obliga por ello a cuidar de él, si la necesidad lo requiere, como en el tiempo y lugar en que los bautizados se nutren [nutriuntur] entre infieles. Pero donde se nutren [nutriuntur] entre católicos cristianos puede muy bien excusarse de este cuidado, presumiendo que sean diligentemente instruidos [instruantur] por sus padres.[7]

Para acercarnos entonces a una comprensión correcta de la analogía del término educatio hemos querido seguirle el rastro al significado de la nutritio. Originariamente designó la acción de amamantar, de alimentar con leche al recién nacido,[8] pasando después a denominar todo tipo de alimentación física. Por fin, llegó a significar la nutrición del alma; de ahí que la referencia a esta última se haga en ocasiones desde la idea primitiva de la crianza con leche:

El doctor de la verdad católica debe no sólo instruir a los más adelantados, sino también enseñar a los que empiezan, según lo que dice el Apóstol en I Cor 3: Como a párvulos en Cristo, os he dado por alimento leche para beber, no carne para masticar.[9]

¿Pero qué significa este alimentar propio del amamantar, que después llega a significar incluso la instrucción en la fe? ¿Se trata exclusivamente de proporcionar un alimento a alguien? No es éste su sentido más profundo, más auténtico. La acción de amamantar se halla vinculada estrechamente a la función generativa; y ello de tal modo que no se da en la vida de la mujer más que en los meses que siguen al nacimiento del hijo. Su esencia y su finalidad quedan condicionadas de este modo a la indigencia del recién nacido en su proceso de crecimiento; éste, fuera ya del claustro materno, requiere en efecto un alimento adecuado a su fragilidad, pero sólo hasta que sea capaz de digerir algo más sólido. Nos encontramos ante una acción en clara continuidad con la procreadora; de ésta toma el relevo, y a otra debe entregarlo poco después, aspirando a que el último corredor llegue a la meta, y ésta no es otra que el niño ya perfectamente desarrollado.

La continuidad entre la generatio y la nutritio está clara en el uso que en castellano hacemos de la voz crianza para nombrar todas las acciones que siguen a la procreación:

Lo que en nuestro lenguaje denominamos crianza –apunta Millán-Puelles- no se limita a algo puramente material, como lo son la alimentación y los cuidados físicos en general, ni consiste tampoco, solamente, en el cultivo de las facultades espirituales de la prole. En rigor, la crianza abarca estos dos aspectos de una manera sintética y global.

La nutritio no consiste, pues, en un simple dar alimento, sino que busca prolongar y dar acabamiento a la causación de una criatura, inacabada por el solo hecho de llegar a ser: «Nula sería la generación del hombre de no seguirse la debida nutrición [nutritio], pues el engendrado no existiría sin ella».[11]

Todas las significaciones referidas a la nutritio convienen, pues, en tener un mismo fin último, que es el hombre ya crecido, ya no necesitado de crianza. Así, amamantar, alimentar e instruir al niño se ordenan, del mismo modo que la acción procreadora, a dicho estado de madurez humana, en un encadenamiento causal vertebrado por el fin perfecto:

El matrimonio está principalmente establecido para el bien de la prole, que consiste no sólo en engendrarla, para lo cual no es necesario el matrimonio, sino además en promoverla al estado perfecto, porque todas las cosas tienden naturalmente a llevar sus efectos a la perfección.[12]

Las acciones nutritivas consistirán, entonces, en proporcionar lo requerido para el adecuado crecimiento del hombre, tanto a nivel físico, como espiritual. Y si reciben, además, el nombre de educativas es precisamente porque conducen hacia dicha madurez, según descubrimos en la etimología del término: educare es, en efecto, conducir hacia afuera, elevando.[13]

Por esa ordenación común al estado de madurez humana, Millán Puelles identifica en el perfeccionamiento el carácter común a las diversas acepciones de educatio:

La unidad subyacente a la diversidad que se ha observado estriba en la coincidencia de todas las acepciones, por ser, cada una de ellas en su estilo, un modo de presentarse la noción de perfeccionamiento. Alimentar a la prole y dedicarle todos los cuidados que el sacarla adelante requiere es completar (per-ficere) la obra de la simple procreación, que por sí sola deja al ser humano en la indigencia […] Y es también, indudablemente, un perfeccionamiento el que se busca al dar al ser humano los medios encaminados al gradual despliegue de su espíritu.[14]

La conducción en lo físico es muy distinta, sin embargo, de la conducción espiritual. Y es que, aunque ambas se dicen educativas por su referencia a la edad adulta del hombre, respecto a ésta se halla mucho más cerca la instructio que la simple nutritio. Se afirma, en efecto, en uno de los textos ya citados, que la educación se necesita «principalmente para el sustento del alma».[15] Es éste, en verdad, el último relevo, aquel que acaba llegando a la meta del hombre perfecto, del adulto. Por eso no sólo hay que alimentar el cuerpo, sino sobre todo el alma. Esta principalidad queda de manifiesto en el hecho de que Santo Tomás se apoye en ella para justificar el mismo matrimonio en su sentido natural: para engendrar un hijo no se requiere en su materialidad la sociedad conyugal, mas sin ella es imposible educarlo convenientemente.[16]

La madurez humana es, por tanto, el punto de referencia final que da sentido a toda acción educativa, según el significado del término educatio en los textos de Santo Tomás. Éstos nos permiten precisar aún más en qué consiste dicha madurez y, por ende, la misma educación. Y nos dirigirnos a un texto fundamental, que se encuentra en el comentario al libro IV de las Sentencias, cuando se pregunta si el matrimonio es algo natural o no. Responde al Aquinate que sí lo es, por cuanto «la razón natural inclina al mismo de dos maneras»: buscando el bien de la prole y el mutuo obsequio de los cónyuges. Y cuando explica lo primero, asegura que dicho bien no sólo es el ser, fruto de la procreación, sino «el alimento y la enseñanza», efecto de la educación. En el matrimonio, por tanto:

No tiende la naturaleza sólo a su generación [de la prole], sino también a su conducción y promoción hasta el estado perfecto del hombre en cuanto hombre, que es el estado de virtud.[17]

Luego la educación, nutrición del cuerpo e instrucción del alma, se ordena en última instancia al estado de virtud, que es la perfección propia del hombre en su edad adulta, aquella caracterizada por el «dominio de sí mismo»; así nos lo describe Santo Tomás cuando polemiza con aquellos que objetaban la dificultad del estado consagrado a la entrada de los jóvenes en la vida religiosa:

El tercer defecto es que la dificultad de esta obra es doble. Una proviene sólo de la magnitud de las obras; y tal dificultad, al requerir la perfección de la virtud, no se impone a los imperfectos. Y otra es la dificultad del dominio de sí mismo, del cual más carecen los que son imperfectos en la virtud. Por eso se aplica a los niños una vigilancia más estrecha mientras son educados por los pedagogos que después, cuando ya han llegado a la edad perfecta. Ahora bien, el estado religioso es como una disciplina que aparta del pecado, y conduce más fácilmente a la perfección, como se sigue de lo dicho anteriormente. Y por consiguiente, aquellos que son imperfectos en la virtud -como, por ejemplo, los que aún no están ejercitados en los preceptos-, necesitan más de tal vigilancia, porque más fácil es que se abstengan de pecar estando sujetos a tal disciplina, que si más libres se criaran en el mundo.[18]

La educación no consiste, pues, en conducir al hombre hasta cualquier perfección, sino sólo hasta aquella por la que la prole deje de ser tal. De ahí que afirme Millán Puelles que «la perfección o plenitud de ser, término de la actividad educativa, no es un punto de llegada para el hombre, sino más bien un punto de partida».[19]

Para alcanzar esta mayoría de edad, en que consiste el fin de la educación, el niño se ve no sólo indigente de virtud, sino, por lo mismo, de alguien que venga en su ayuda. Efectivamente, en caso de ser poseedor de los hábitos virtuosos el niño ya se valdría por sí mismo; por ello, la carencia de dichos hábitos es la razón de ser de la necesidad de una acción educativa que venga de alguien distinto del educando:

De aquí que el Apóstol compare en Gal 3 el estado de la ley antigua al del niño, que se halla sometido a su pedagogo; y el estado de la ley nueva, al del hombre perfecto, que ya no necesita del pedagogo.[20]

Y si la indigencia educable de la prole es natural dada su condición de criatura, deberemos buscar un agente educativo que también, por naturaleza, venga a satisfacer dicha indigencia. Para responder a esta pregunta conviene atender a la ya explicada continuidad esencial entre procreación y educación, descubriendo que los educadores que buscamos no son otros que los padres. Todo lo que viene ordenado por la naturaleza tiende a ser promovido a la perfección que le corresponde; y si los hijos son efecto natural del matrimonio, la misión de éste no podrá quedar reducida a la mera generación, sino que deberá continuar con la educatio que menciona Tomás, esto es, la crianza seguida de la educación; y con esta última la prole se verá promovida hasta su estado de perfección. De ahí que, prolongándose la procreación en la crianza y educación de la prole, afirme el Aquinate: «como el padre te engendró corporalmente, así el maestro te engendró espiritualmente».[21] Y los primeros que engendran espiritualmente al hombre no son otros que los padres; por ello afirma con razón Millán-Puelles que «hijo y padre son, de modo respectivo, el educando y el educador natos».[22]

Esta clara y natural continuidad de la función educativa de los padres con respecto a la generativa lleva a Santo Tomás a utilizar una imagen de notable fuerza expresiva, y así asegura que el hijo que está bajo el cuidado de los padres se halla como contenido en un «útero espiritual»:

El hijo, en realidad, es naturalmente algo del padre. En primer lugar, porque, en un primer momento, mientras está en el seno de la madre, no se distingue corporalmente de sus padres. Después, una vez que ha salido del útero materno, antes del uso de razón, está bajo el cuidado de sus padres, como contenido en un útero espiritual.[23]

Millán-Puelles nos brinda por su parte otra sugerente expresión en la que se sintetiza de forma admirable todo lo dicho, asegurando que educar no es otra cosa que «una segunda generación».[24]

 

[1] Antonio Millán Puelles, La formación de la personalidad humana, 7ª ed., Madrid, Rialp, 1989, p.7.

[2] Tesis dirigida por el Dr. Eudaldo Forment y defendida en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona el 18 de febrero de 2000; publicada en la «Col·lecció de Tesis Doctorals microfitxades, núm.3776», Barcelona, Publicacions Universitat de Barcelona, 2000.

[3] Antonio Millán Puelles, Op. cit., p.32.

[4] Cfr. Ibid, pp.15 ss.

[5] In prole non solum intelligitur procreatio prolis, sed etiam educatio ipsius, ad quam sicut ad finem ordinatur tota communicatio operum quae est inter virum et uxorem, inquantum sunt matrimonio juncti (In IV Sent. dist.31, q.1, a.2 ad 1).

[6] Maxime autem in specie humana masculus requiritur ad prolis educationem, quae non solum attenditur secundum corporis nutrimentum, sed magis secundum nutrimentum animae (In I Epist. ad Cor. c.7, lect.1).

[7] Ille qui suscipit aliquem de sacro fonte, assumit sibi officium paedagogi. Et ideo obligatur ad habendam curam de ipso, si necessitas immineret, sicut eo tempore et loco in quo baptizati inter infideles nutriuntur. Sed ubi nutriuntur inter catholicos christianos, satis possunt ab hac cura excusari, praesumendo quod a suis parentibus diligenter instruantur (Summa Theologiae III, q.67, a.8 in c).

[8] Cfr. A. Ernout – A. Meillet, Dictionnaire Étymologique de la Langue Latine. Histoire des mots, 4ª ed., París, Éditions Klincksieck, 1979, p.453.

[9] Quia catholicae veritatis doctor non solum provectos debet instruere, sed ad eum pertinet etiam incipientes erudire, secundum illud Apostoli I ad Corinth. III, tanquam parvulis in Christo, lac vobis potum dedi, non escam (Summa Theologiae Prologus).

[10] Antonio Millán Puelles, Op. cit., p.16.

[11] Frustra autem esset hominis generatio nisi et debita nutritio sequeretur: quia generatum non permaneret, debita nutritione subtracta (Summa contra gentiles III, c.122, n.4).

[12] Matrimonium principaliter institutum est ad bonum prolis, non tantum generandae, quia hoc sine matrimonio fieri posset, sed etiam promovendae ad perfectum statum: quia quaelibet res intendit effectum suum naturaliter perducere ad perfectum statum (In IV Sent. dist.39, q.1, a.2 in c).

[13] La etimología de educare es conducir (-duco) desde (ex-), significando el compuesto un salir afuera y hacia arriba, es decir, un elevar (cfr. A. Ernout – A. Meillet, Op. cit, pp.186, 192 y 204).

[14] Antonio Millán Puelles, Op. cit., p.17.

[15] Cfr. In I Epist. ad Cor. c.7, lect.1.

[16] Esto no significa que el matrimonio sólo tenga razón de ser para educar mas no para procrear; precisamente la subordinación de causas hace que sea inmoral cualquier acto generativo que no se ordene a la posterior educación: «Oportet contra bonum hominis esse si semen taliter emittatur quod generatio sequi possit, sed conveniens educatio impediatur» (Summa contra gentiles III, c.122, n.6).

[17] Alio modo dicitur naturale ad quod natura inclinat, sed mediante libero arbitrio completur, sicut actus virtutum dicuntur naturales; et hoc modo etiam matrimonium est naturale, quia ratio naturalis ad ipsum inclinat dupliciter. Primo quantum ad principalem ejus finem, qui est bonum prolis: non enim intendit natura solum generationem ejus, sed traductionem, et promotionem usque ad perfectum statum hominis, inquantum homo est, qui est virtutis status. Unde, secundum Philosophum, tria a parentibus habemus: scilicet esse, nutrimentum, et disciplinam (In IV Sent. d.26, q.1, a.1 in c).

[18] Tertius defectus est quod duplex est operis difficultas. Quaedam ex sola magnitudine operum; et talis difficultas, quia requirit perfectionem virtutis, non imponitur imperfectis. Quaedam vero est difficultas cohibitionis, qua magis indigent qui sunt imperfectae virtutis. Unde pueris arctior adhibetur custodia dum sub paedagogis educantur, quam postmodum cum pervenerint ad aetatem perfectam. Status autem religionis est quaedam disciplina cohibens a peccatis, et facilius ad perfectionem inducens; sicut ex praedictis apparet. Et ideo hi qui sunt imperfectae virtutis, puta nondum in praeceptis exercitati, magis indigent tali custodia, quia facilius est eos a peccatis abstinere tali disciplinae subiectos, quam si liberius in saeculo nutriantur (Contra doctrinam retrahentium a religione c.7).

[19] Antonio Millán Puelles, Op. cit., p.64.

[20] Unde apostolus, ad Gal. III, comparat statum veteris legis statui puerili existenti sub paedagogo, statum autem novae legis comparat statui viri perfecti, qui iam non est sub paedagogo (Summa Theologiae I-II, q.91, a.5 in c).

[21] Sicut pater te genuit corporaliter, etiam magister genuit te spiritualiter (Sermo Jesus proficiebat).

[22] Antonio Millán Puelles, Op. cit., pp.34-35.

[23] Filius enim naturaliter est aliquid patris. Et primo quidem a parentibus non distinguitur secundum corpus, quandiu in matris utero continetur. Postmodum vero, postquam ab utero egreditur, antequam usum liberi arbitrii habeat, continetur sub parentum cura sicut sub quodam spirituali utero (Summa Theologiae II-II, q.10, a.12 in c).

[24] Ibid., p.32.

 

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