Foro ISFD Fátima

18 de marzo 2013

Diapositiva19

Transversales y Patronos áulicos

El tema de hoy gira entorno a la cuestión de la belleza y al carácter icónico de la creación en relación a la educación.

El objetivo básico consiste en destacar la importancia de la causa ejemplar en educación mostrando de qué modo la belleza manifiesta el carácter icónico de la creación.

Las ideas principales son:

I.            La educación suscita la integridad personal en cuanto promueve el estado de virtud.

II.            El estado de virtud implica el conocimiento de la verdad, el bien y la belleza.

III.            La belleza, por su potencia ejemplar, tiene cierta prioridad pedagógica.

IV.            Los Patronos son causa ejemplar de la educación por su sapiencia e intercesores de la gracia por su santidad.

Metodológicamente, en cuanto educar es instruir en las razones por las cuales decimos que las cosas son como las enseñamos, vamos a exponer algunos fundamentos de las ideas propuestas.

Desarrollo:

La educación es un fenómeno específicamente humano y toda concepción educativa es siempre relativa a una concepción de persona. Si bien la definición de persona no explicita la noción de persona educada, en cuanto definición, sus términos constitutivos implican los fundamentos de la noción de persona educada. Según lo cual, lo que se entiende por educación depende de la noción de persona educada y ésta noción supone una concepción de persona humana.

En primera instancia el principio de intelección y por ende de determinación de la concepción de persona, así como del concepto entitativo de educación es de carácter ontológico y como tal objeto de la metafísica. En última instancia toda concepción educativa remite y se funda en la concepción metafísica del ser, del hombre y consecuentemente en una teoría del conocimiento.

La educación es el modo propiamente humano que tiene el hombre de llegar a ser en plenitud lo que potencialmente es por creación. La especificidad humana de la educación se discierne en virtud de las facultades racionales que rigen tal proceso según el fin al cual se ordenan, inteligencia y voluntad, pero amerita el calificativo de integral en cuanto responde a la realidad de la persona concreta en vistas a su plenitud vocacional.

Entendiendo la educación como un accidente perfectivo de la persona, educada se dice la persona que ha logrado el máximo e íntegro desarrollo de todas sus capacidades, es decir, que su estado educativo corresponde a la recta actualización de sus potencialidades según la especificidad de su vocación.

De acuerdo a ello, la misión del educador tiene como meta la formación integral de cada uno de los alumnos en orden al fin último sobrenatural de la persona humana.

Pedagógicamente el objetivo del ejercicio docente consiste en la formación del carácter y la instrucción en las disciplinas convenientes para que cada alumno sea capaz de entender, reflexionar, expresarse y convivir de acuerdo a su edad según el desarrollo que su vocación personal requiera.

Desde la perspectiva de las causas se podría señalar que la educación consiste en enseñar al educando las verdades convenientes a su desarrollo personal de modo tal que sea capaz de conducirse rectamente. Desde la perspectiva del efecto se podría decir que educada es la persona cuyos actos manifiestan un sentido de la realidad proporcional a la verdad de las cosas al servicio del bien común en sus prójimos de acuerdo a su vocación personal.

Si reconocemos que persona educada es la que hace recto uso de sus capacidades, luego la educación considerada según el proceso conducente a tal estado, desde la perspectiva del alumno consiste en la posesión de los hábitos intelectuales y de las virtudes morales que su vocación requiere. Desde la perspectiva del educador consiste en el arte del cultivo de tales hábitos y virtudes en proporción al estado educativo para promover en el educando la máxima perfección posible de todas sus potencias.

Pasar del estado potencial en el que nacemos al estado de virtud constitutivo de la persona educada implica un proceso de actualización de aquellas potencialidades iniciales, lo cual se realiza mediante el cultivo de todas las capacidades configurativas de la naturaleza en el educando.

De donde se sigue que, una cosa es considerar la formación de las potencias educables según la naturaleza de la persona en general y otra distinta el modo adecuado de conducir y promover la educación según la consideración de las potencialidades específicas del educando en cuanto tal persona en tal estado educativo y no otra.

Entendida como el arte de promover y conducir a cada alumno hacia la máxima actualización posible de sus capacidades la educación es un arte, fruto del conocimiento y de la experiencia, cuyo ejercicio está directamente relacionado a la virtud de la prudencia en el educador, perspectiva desde la cual se dice que “es formalmente una técnica pedagógica vinculada con la ética”[1].

Ahora, la prudencia es la primera virtud propiamente dicha y la realización de los actos que ella ordena dependen del primer hábito especulativo, de la idoneidad disciplinar que corresponde al segundo hábito intelectual, de la habilidad raciocinante y de las destrezas técnicas correspondientes. Es decir, el conocimiento sobre el que se funda el ejercicio de la prudencia es no sólo del ámbito de la ética, ya que la perfección de los actos humanos que son objeto de la ética suponen conocimientos de disciplinas distintas a la moral y por lo tanto cognoscitivamente precedentes al ejercicio de la prudencia.

Por otro lado hemos de tener presente que según el orden de las facultades cognoscitivas, el conocimiento se inicia a partir de la percepción sensible, pero en vistas al perfeccionamiento de la persona según la cual el conocimiento se ordena, el ejercicio de las facultades debe ser regido por la sabiduría que es fruto de la contemplación especulativa.

Los objetivos principales de la educación, según el orden de las facultades se distinguen de los objetivos pedagógicos según el orden de perfeccionamiento de las facultades y estos han de adaptarse según la vocación y estado de cada educando. Así, por ejemplo, si bien es más importante el conocimiento de los primeros principios que la exactitud en la percepción sensible porque la norma de la percepción sensible depende de los principios, no es posible la intuición de los primeros principios sin un mínimo ejercicio proporcionado de los sentidos, dado lo cual la recta formación de la percepción sensible aparece como condición de posibilidad de los actos de las facultades superiores.

Luego así como hay un orden jerárquico en los saberes que es relativo al orden de los hábitos y virtudes, también ha de considerarse que existe un orden pedagógico que rige el aprendizaje según la dinámica natural del desarrollo del conocimiento.

Educar la integridad personal implica la formación de todas las dimensiones personales, según:

a) un orden pedagógico proporcionado a la jerarquía de las potencias personales,

b) atento a la dinámica del conocimiento según la naturaleza,

c) y acorde al estado educativo del educando.

c) La pedagogía acorde al educando es un arte, como tal fruto de la experiencia aquilatada por la prudencia a la luz de las respectivas ciencias.

b) La dinámica del conocimiento humano es ciencia que se adquiere a partir de la consideración de la naturaleza de la persona.

a) Respecto la jerarquía de las facultades humanas fundamento de la posibilidad de orden en las instancias anteriores, se enuncian a continuación las distinciones principales:

Según su naturaleza, la persona posee facultades cognoscitivas sensibles y racionales.

Las sensibles son aquellas por las cuales percibimos, sentimos, recordamos y estimamos a nivel sensible, son potencias orgánicas, pasibles o pacientes, que se distinguen en sentidos externos y sentidos internos.

Los sentidos externos son: el tacto, el gusto, el olfato, el oído y la vista; cada uno de los cuales tiene un objeto propio, como el color para la vista y el sonido para el oído, y a la vez existen objetos comunes a varios sentidos, como la distancia que se puede percibir por el tacto, por la vista o por el oído, etc.

Los sentidos internos son:

  • El sentido común, en el cual se unifican las sensaciones recibidas por los sentidos externos.
  • La memoria sensible, por la cual recordamos datos sensibles y específicos a modo de imágenes sensibles: tal gusto, tal olor, tal color, tal sabor, tal peso, etc. en relación a tal o cual cosa particular.
  • La fantasía, mediante la cual se componen o descomponen las imágenes sensibles.
  • La cogitativa, que es la capacidad de estimar la utilidad o daño que implican los objetos percibidos.

Las facultades racionales son la voluntad y la inteligencia.

La voluntad es facultad apetitiva, del querer o desear, mediante la cual la persona tiende y se determina a tal o cual operación.

  • La voluntad se determina: a) a raíz de alguna pasión o b) en virtud de lo que la inteligencia le presenta como conveniente;
  • es superior a la inteligencia en cuanto poder de determinación porque por la voluntad la persona determina todos sus actos humanos, incluso lo que quiere conocer;
  • según la naturaleza la voluntad depende de la inteligencia en cuanto la inteligencia es principio de todas las deliberaciones y razón de las determinaciones personales.

La inteligencia es la facultad del en-tender, es decir la que determina el modo en que tendemos a inte-ligir y conocer, y en consecuencia a obrar. Se distinguen tres funciones principales de la inteligencia: la especular, la memoria intelectual y la raciocinante.

La parte superior de la inteligencia, raíz y principio del conocimiento humano se llama nous o intelecto posible, potencial, paciente o especulativo.

La memoria intelectiva se define como conocimiento del pasado en cuanto tal, en virtud de lo cual podemos recordar los actos relativos a las propias operaciones. El conocimiento del pasado implica la capacidad de recibir y conservar lo inteligible en cuanto entendido y por eso se dice que la memoria es una especialísima función del intelecto pasivo. Como la memoria intelectiva forma parte de las potencias del alma, y el alma humana es espiritual, en comparación a la vinculación orgánica de la memoria sensible se dice que la memoria intelectual es más estable en sus funciones.

La otra función principal de la inteligencia es la que se manifiesta como capacidad de razonar, y que se denomina intelecto agente. Su actividad se funda sobre los principios que proceden del intelecto paciente, se desarrolla a partir del contenido de la memoria intelectual y se regula mediante el arte del razonamiento que se llama lógica.

Todas las facultades, desde la percepción sensible a la inteligencia especulativa, cada una según el modo proporcional a su objeto y al estado educativo del educando, son en algún sentido educables. Según el orden natural el desarrollo del conocimiento se inicia a partir de los sentidos externos, perspectiva que coincide con el orden pedagógico básico. Lo cual implica reconocer como punto de partida el estado educativo del educando desde el cual se ha de promover la adquisición de los hábitos y virtudes convenientes a su perfeccionamiento personal.

Para obrar de algún modo hay que conocer. Conocemos según las facultades cognoscitivas y según la intencionalidad. Intencionalidad es la propiedad del sujeto cognoscente para referirse a algo distinto de sí mismo, lo cual se dice, ya respecto a la inteligencia, ya en relación a la voluntad. El principio común del cual procede toda intencionalidad recta se llama amor.

Amor es el nombre de la causa de la existencia de cada una de las creaturas y del universo entero en cuya polifónica sinfonía el amor creador se manifiesta como origen, sustento, camino y destino. El amor no es un sentimiento aunque se manifiesta como sentimiento. El amor es una decisión que procede de la virtud obediencial ante el inmenso don de la vida recibida. Humanamente siempre es primero respuesta basada en la aceptación. El amor procede de quien ama a quien es amado y se complace en la perfección del amado, por eso el amor según lo propio resulta inapropiado para la propia perfección.

La aceptación es principio de los principios en orden al conocimiento de la verdad. Que aunque no sea el orden primero, es el que sigue al orden del ser como tendencia hacia la causa originante en las creaturas. Es decir, la primera instancia en orden al descubrimiento de las cosas existe a modo de respuesta ante una instancia autoritativa previa, es respuesta al amor primero y al testimonio en fidelidad de nuestros semejante o una reacción ante su deformación a causa de amores postreros. Se trata de la virtud obediencial. Luego viene la posibilidad del ejercicio racional.

La virtud obediencial es disposición manifestativa del origen presente en cada cosa creada según el propio modo de ser.  Respuesta del amor presente en las cosas creadas ante “la razón” de su existencia. La actualización de la virtud obediencial en movimientos acordes a la dignidad de su principio donal, implica que la respuesta del hombre debe aquilatarse según el principio del amor oblativo, es decir que, debe ser ordenada según el bien supremo en la realización del bien concreto de la realidad en la cual existimos.

Toda la creación tiene para el hombre dimensión simbólica, icónica, en cuanto manifestación de lo increado que todo lo funda y sostiene. En este sentido el hombre es el ser en quien el encuentro entre lo visible y lo invisible se hace realidad operante en la historia. Por eso en Jesús, hombre-Dios, se anticipa la transfiguración a la que está destinada la estirpe humana por medio de Cristo. La trasfiguración anticipada en el Monte Tabor y confirmada en el camino a Emaus. En Cristo y por Él se realiza en plenitud la santidad a la que cada persona humana está llamada desde que en el principio de la creación, como varón y varona fue concebido a imagen y hacia la semejanza del Logos original y originante.

El proceso de educación, que en sentido general se inicia con el llamado a la existencia manifiesto en la concepción, y que culmina después de la muerte, constituye según la vocación trascendental en virtud de la cual la persona humana es capax Dei, un continuo de madurez creciente. En este proceso de realización personal, cada hombre, primero por puro don, es decir, sin participación voluntaria de sus facultades, se asemeja al Creador, por el hecho de ser creado a imagen de Dios, esto es dotado de la capacidad de conocerle y amarle según la especificidad de su naturaleza; luego se asemeja en cuanto que, por el ejercicio virtuoso de sus facultades distintivas conoce en cuanto ama, actual y habitualmente a Dios, pero de un modo imperfecto en tanto tal imagen en la creatura  procede de la conformación que la gracia produce en la propia naturaleza; y finalmente, se asemeja en cuanto que el hombre conoce actualmente a Dios de un modo perfecto, siendo en tal estado imagen que resulta de la semejanza de la gloria[2].

En cuanto el hombre es concebido, gestado, alumbrado, criado y educado según la intencionalidad de sus padres y maestros hasta alcanzar la relativa madurez moral según la cual se torna, proporcional y actualmente capaz, y por ende responsable del ejercicio de su propio libre arbitrio, resulta conveniente considerar que para discernir en que consiste el proceso educativo, entendido desde la perspectiva de la pedagogía centrada en la persona, hemos de tener en cuenta que la imagen del Creador en la creatura humana se actualiza, pasando de la potencialidad al acto, en tres estados respectivamente denominados “de creación, de recreación y de semejanza”. Continua diciendo Santo Tomás, “la primera (imagen) se da en todos los hombres; la segunda sólo en los justos, y la tercera exclusivamente en los bienaventurados[3].

Según esta doctrina, el estado de recreación constituye el estadío específico en el cual tiene lugar el desarrollo del proceso educativo personal que de acuerdo a la naturaleza humana acontece en y desde el contexto familiar, escolar y comunitario, constituyendo la promoción de la imagen de recreación el objetivo general al cual la educación personal se ordena según los designios de Dios manifiestos en la naturaleza y confirmados en la Revelación.

A raíz del pecado perdemos de vista el carácter icónico de la realidad, como si se interpusiese entre la percepción y el intelecto paciente una mácula que afecta el carácter especulativo de la parte superior de la inteligencia, esos ojos espirituales cuya función de espejo –speculum- constituye el punto de encuentro entre lo visible y lo invisible. Pecatum es el término con el que se designan las zonas ya no reflectivas de los viejos espejos, por ejemplo, los de cristal, recubiertos por detrás con una capa de plata, que por exposición a factores degradantes de su constitutivo principal, la plata, pierden progresivamente su capacidad para reflejar la imagen de lo que hay enfrente. La semejanza tal vez sirva para imaginar cómo el pecado afecta al alma.

La razón fundamental de las cosas, el último por qué, es objeto de la sabiduría, que como se entiende desde que la filosofía fue así llamada no puede ser sino objeto del amor, porque aquel saber que la sabiduría en su amor contempla, sobrepasa sin medida y por la misma razón completa, lo que la ciencia desde su perspectiva puede parcialmente descifrar de los rastros del Creador en las naturalezas que el hombre contempla.

Platón en el Gorgias distingue con meridiana claridad el dilema de la existencia humana: o la vida individual y social se fundan sobre un Bien en sí, cuya realidad no depende del arbitrario querer humano, o en ausencia del mismo la utilidad se erige en valor supremo. La primera es la senda de la virtud enunciada por Sócrates. La segunda, engendro del rechazo de la virtud que caracteriza la actitud de los sofistas. Cuando la virtud es despreciada la justicia resulta imposible porque la norma no se ordena a lo justo sino según la voluntad de poder.

Quien se empeña en la realización del bien que le compete encuentra sustento para superar las carencias que padece. Por el contrario, quien en algún mal se obsesiona aumenta su desgraciada dependencia al otorgar poder a lo que de suyo es una carencia supeditada al bien que parasita.

El hombre para ser tal debe educarse en respuesta a su vocación trascendente. Es decir, cualificarse moralmente por medio de la actualización de sus potencialidades según el orden constitutivo de la propia naturaleza. De acuerdo al orden de las facultades, el hombre primero debe entender para poder llegar a obrar inteligentemente y luego debe poner en acto lo entendido para convertir en hábito operativo la disposición potencial de su naturaleza.

Nadie llega a ser virtuoso sino en la medida que obra según el bien conocido, así como no puede decirse que tal bien realmente se conozca hasta haberlo realizado. Saber lo que la virtud demanda sólo es conocimiento verdadero en quien ha empeñado todo su ser en el bien que le compete.

El conocimiento no es primariamente una creación de la mente humana como sostiene el idealismo ni tampoco una interpretación meramente subjetiva de datos de la experiencia como se afirma en el empirismo o en el fenomenismo.

Conocer consiste en una representación de la realidad que puede ser verdadera o falsa en la medida en la cual esta representación se conforme o no a la realidad conocida. Conocer es afirmar el ser de la cosa conocida y el razonamiento que conduce a tal afirmación se estructura básicamente de amor, intuición, conceptos y palabras. Conocemos las cosas porque existen mientras las cosas existen porque Dios las conoce.

El conocimiento es no sólo una actividad de raíz espiritual sino el acto en el cual la naturaleza racional se realiza como tal, por lo cual el conocimiento no es algo que se logra a modo de posesión o pertenencia, sino una modificación en la forma de ser persona. Por eso se afirma que todo aprendizaje conlleva algún tipo de cualificación moral en cuanto engendra disposición habitual o costumbre adquirida, es decir, modos de entender (inteligencia) y modos tender (voluntad) a obrar, lo cual no puede ocurrir sino porque aún el modo de percibir es educable. De donde, no resulta indistinto el modo en que nos cualifica el conocimiento y el amor de las cosas según la proporción de su dignidad con la dignidad personal. Santo Tomás se refiere a este hecho señalando que:

en esta vida es mejor conocer que amar las cosas inferiores a nosotros, pero es mejor amar las cosas superiores. Respecto de Dios es mejor amarlo que conocerlo, porque el conocimiento hace que las cosas vengan a nosotros y se adapten a nuestra manera de ser; pero el amor, que es la caridad, nos hace salir de nosotros y nos lanza hacia el objeto amado. El que ama se asemeja a la cosa amada; el que conoce adapta la cosa conocida a su propio modo de ser. De suerte que, cuando se trata de cosas inferiores, las elevamos cuando las conocemos porque les damos nuestro propio modo de ser; pero cuando las amamos nos envilecemos. En cambio, cuando conocemos las cosas superiores, las empequeñecemos cuando se adaptan a nuestra inteligencia, pero, cuando las amamos, nos elevamos hacia ellas. Por eso, en esta vida es mejor amar a Dios que conocerlo, y por ello es más lo que amamos a Dios por la caridad que lo que lo conocemos por la fe”.[4]

Sólo desde la pedagogía de las virtudes[5] es posible concebir propuestas educativas integrales porque el cultivo de la vida virtuosa es la forma más armónica de promover la formación de la personalidad humana, que genéricamente se designa estado de plena virtud.

Entender la educación desde la perspectiva del cultivo de los hábitos intelectuales y de las virtudes morales implica distinguir los tres estados en que esta realidad se manifiesta, según cada uno de los cuales se comprenden los tres sentidos en que existen los hábitos y las virtudes.

Como resultado, reconocemos el estado de virtud como un estado de plenitud alcanzado a partir del apropiado desarrollo de las capacidades potenciales de la naturaleza personal.

Según lo antedicho, es posible distinguir que tal estado de perfeccionamiento operativo supone la existencia original de una potencia susceptible de adquirir dicho desarrollo, y al mismo tiempo queda señalado el ámbito específico de la labor educativa como aquella instancia que por medio de la reiteración de actos proporcionales a la disposición natural, posibilita al educando la actualización que una vez lograda constituye su estado de virtud.

El hombre fue creado para vivir según un modo de relación con el Creador, relación de la cual se sigue el orden en todos los demás aspectos de la vida.  No se puede pretender, por ejemplo, hablar de educación integral o de educación para la justicia social, cuando al mismo tiempo se excluye la referencia al vínculo constitutivo de la identidad personal del educando. Sin Dios la subjetividad es un vacío que tiende al vértigo.

La calidad del proceso educativo y por ende del resultado del mismo siempre es, naturalmente hablando, proporcional a los objetos, a los métodos y al orden entorno a los cuales la educación se desarrolla.

Respecto al orden básico, sus principios están enunciados en los Transversales propuestos.

Respecto a los métodos proporcionales a la misión educativa que integran la formulación de los Transversales, dependen de la continuidad de los desarrollos iniciados en cursos anteriores.

Respecto a los objetos, en esta oportunidad nos proponemos discernir de qué modo la iconografía de los Santos Doctores, patronos de nuestras aulas, constituye una oportunidad extraordinaria para el crecimiento pedagógico de nuestra comunidad educativa.


[1] Ángel González Álvarez, Filosofía de la educación, pag 18.

[2] Suma teológica, I, q. 93, arts. 1 y 2. 1: []en el hombre hay imagen de Dios, pero no perfecta, sino imperfecta.[] 2: []Para constituir imagen es necesaria la semejanza de especie[]o, al menos, de un accidente propio de la especie,[]A Dios se asemejan las cosas, en primer lugar, y de un modo muy común, en cuanto que existen; en segundo lugar, en cuanto que viven; finalmente, en cuanto que saben o entienden. [] sólo las criaturas intelectuales son, propiamente hablando, a imagen de Dios.

[3] Idem; Iª q. 93 a. 4 c. [] el hombre es a imagen de Dios por su naturaleza intelectual, lo es sobre todo en cuanto que por la naturaleza intelectual puede imitarle del modo más perfecto posible. Y le imita de un modo perfecto en cuanto que Dios se conoce y se ama a sí mismo. De ahí que la imagen de Dios en el hombre puede ser considerada de tres modos. 1) Primero, en cuanto que el hombre posee una aptitud natural para conocer y amar a Dios, aptitud que consiste en la naturaleza de la mente; esta es la imagen común a todos los hombres. 2) Segundo, en cuanto que el hombre conoce y ama actual o habitualmente a Dios, pero de un modo imperfecto; ésta es la imagen procedente de la conformidad por la gracia. 3) Tercero, en cuanto que el hombre conoce actualmente a Dios de un modo perfecto; ésta es la imagen que resulta de la semejanza de la gloria.

[4] STA, ST, I, q. 82 a. 3.

[5] Ejemplos de propuestas educativas imposibilitadas de responder íntegramente a la naturaleza humana por reductivas son las concepciones pedagógicas formuladas a partir del pragmatismo utilitarista, de la moral del deber, del naturalismo o moral de la espontaneidad, de la moral del sentimiento, de la moral descriptiva o culturalismo, de la moral de los valores, de la ética del máximo placer, de la ética del egoísmo racional…

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